Experiencias de machismo cotidiano publicadas por eldiario.es, sección micromachismos, coordinado por Ana Requena.
«Tiran más dos tetas que dos carretas»
Publicado 07/01/2016
Ese día terminaba mi contrato (de prácticas y precario, claro) en una oficina. Hablando con el director del área en la que trabajé, le pedía que me firmase un documento acreditativo de mi paso por la empresa. Todo iba bien, con la tensión típica entre jefes y becarios.
El problema llegó cuando me preguntó cuál era mi proyecto de futuro a partir de ese momento. Yo le comenté que, como soy joven y tengo idiomas, iba a probar suerte en Francia, que el mercado allí era más dinámico y ofrecía más oportunidades. Él me preguntó si me iba solo o si tenía a alguien por allí. Y yo, con una inocencia peligrosa, le conté que tenía a mi compañera (por supuesto, tuve que llamarla novia, a riesgo de que me preguntaran que qué es eso) estudiando en esa ciudad. Entonces, haciendo alarde de un machismo y un simplismo apabullantes, sentenció:
-«Tiran más dos tetas que dos carretas»
Seguido por unas risas sonoras (complacientemente acompañadas por otro compañero de oficina), sentí cómo se resumía la vida y la historia de toda una persona a dos pechos, y cómo me simplificaba a mí a un animal que solo piensa en perseguirlos.
Casi peor fue mi respuesta. Primero me eché las manos a la cara, sonreí después ligeramente y me puse a enumerar los condicionantes que me hicieron tomar la decisión de irme. En vez de decirle que se leyera algún libro y se educara en el feminismo. En vez de enfadarme y montar en cólera por reducir a mi compañera a «dos tetas».
Tardaré en curarme este sentimiento amargo.
Pablo.
Acoso en los bares: «A todos les parecía muy divertida mi cara de agobio»
Publicado 22/12/2015
Hace unos años, volvía con cervezas en la mano de la barra de un bar atestado de gente. Iba a reunirme de nuevo con mis amigos cuando un grupo de seis chicos me impidieron el paso. Al principio me lanzaron ataques verbales pero, transcurridos unos segundos, hicieron un corro en torno a mí y uno de ellos me tiró del pelo. A continuación, otro me tocó un pecho y el siguiente me quitó una de las cervezas que llevaba en la mano.
A todos les parecía muy divertida mi cara de agobio y se reían a coro de cada insulto. Yo intentaba salir de allí y buscaba a mis amigos con la mirada, pero el círculo se cerraba a mi alrededor. Quiero pensar que el bar estaba tan lleno que nadie se dio cuenta y por eso no vinieron a socorrerme. Cuando conseguí zafarme me fui a toda prisa fuera del bar, con una angustia difícil de explicar y lágrimas en los ojos.
Han pasado ya bastantes años, pero creo que no olvidaré aquella experiencia en la que me vi atacada y vejada por el hecho de ser una mujer y cruzar por delante de un grupo de machistas que no tenían otra cosa que hacer que acosar a alguien que pasaba por allí. También pienso en cuántas veces habrían actuado de manera similar con otras chicas creando recuerdos difíciles de superar.
Irene López.
Mis amigos y yo estábamos en un pub bastante conocido de Salamanca. Habíamos dejado los abrigos colgados en los percheros que hay debajo de la barra y, por la acumulación de gente, nos habíamos ido moviendo hacia otra zona. Cuando quisimos irnos, yo me ofrecí a ir a buscarlos. Al lado de donde estaban había un grupo de chicos.
Cuando empecé a recogerlos, noté que uno de esos chicos me tocaba el culo. Me giré inmediatamente y él apartó la mano. Le pregunté qué estaba haciendo. En ese momento llegó un amigo, que me preguntó qué me pasaba. No me dio tiempo a decir ni una palabra porque el desconocido se dirigió hacia mi amigo: «Ah, perdona tío, la había confundido con mi novia». Se me quedó cara de imbécil.
De todo este asunto aún no sé qué me molesta más: que un desconocido me sobase como si tuviese ese derecho sobre mí o que mi amigo no se diese cuenta de que él no tenía que haber aceptado jamás unas disculpas que no iban dirigidas a mí y además me humillaban aún más. Tengo claro que su falsa disculpa no fue por tratarme como si fuera una objeto, sino que se dirigió a mi amigo por confundirme con algo de su propiedad.
Ana Sánchez.
Y de regalo por asistir al debate… una corbata
Publicado 16/12/2015
Cuando abrí el regalo era una bonita corbata roja. Habría sido un regalo estupendo, la verdad es que sí, de no ser porque nunca me he puesto una y ahora tampoco pienso hacerlo por una sencilla razón: soy una mujer.
Ya se habían disculpado cuando, tras finalizar el debate sobre política energética en la que participé, me entregaron un regalo envuelto: «No te pega mucho», «puedes regalárselo a alguien». Me despedí con prisas y solo pensé que quizá se tratase de algo formal; algo que no es de mi estilo. Pero no, era justo eso, una corbata.
Me pregunto: si ese es el regalo por defecto, ¿nadie pensó que una mujer podría participar en un debate? ¿Nadie pensó que quizá sea una mujer a la que haya que agradecer haber dicho algo interesante? Y lo que es aún más grave, si la consultora dedicada a comunicación y Public Affair da este mensaje, ¿es que solo trabaja con hombres?
Supongo que lo sensato habría sido no regalar nada antes que regalar una corbata. Y justo de inmediato replantearse: ¿qué clase de empresa somos si ignoramos sistemáticamente a la mitad de la población?
Marta.
Las mujeres no saben de coches
Publicado 21/11/2015
Hace unos años decidí comprarme un coche. Un coche para mí, con mi dinero. Fui con mi pareja a varios concesionarios y todos los vendedores se dirigían a él. Otras veces me acompañó mi padre y misma situación: yo era invisible. En algunas ocasiones los empleados me llegaban a dar la espalda o les ofrecían a mis acompañantes masculinos si querían probar el coche, un vehículo que desde el principio había dejado claro que era para mí. Era tan evidente la situación que mi padre le dijo a uno de los trabajadores: «No tienes que venderme el coche a mí, sino a ella que es quien lo va a pagar».
Irene.
Mi marido y yo decidimos comprar un coche de segunda mano. Él no tiene mucha idea, así que era yo la que preguntaba por los caballos, la antigüedad, si tenía cambiada la correa de distribución… pero nadie me respondía directamente a mí. Durante la visita al último concesionario, me acompañaba un compañero de trabajo. La empleada que nos atendió tuvo la misma tentación de dirigirse a él. Al día siguiente, volví con mi marido y, en este caso, tardó poco en darse cuenta de que, por más que le preguntaba sobre los caballos del motor, él no dejaba de mirarme para que lo sacara del apuro.
Natalia.
El otro día fui a un desguace a por una pieza de recambio para el motor de mi coche. Me acompañaba mi padre porque está jubilado y tiene tiempo libre, no porque entienda del asunto. Mi marido es mecánico y yo tengo algo de idea del tema (mi padre, en cambio, nada en absoluto) por lo que yo sabía exactamente la pieza que debía pedir, su nombre y, por si acaso, llevaba un par de fotos en mi móvil.
A la hora de atendernos, el empleado se dirigió a mi padre sin dudarlo un instante e incluso usó el singular «¿qué quería?», a pesar de que éramos dos. A continuación, cuando me dirigí a él para pedirle la pieza, preguntó un par de detalles del coche. Le contesté yo de nuevo, pero siguió dirigiéndose a mi padre en todo momento. Se ve que las mujeres no podemos saber de mecánica.
Ana.
Historias en la consulta del pediatra
Publicado 11/11/2015
Mi marido y yo acudimos siempre a las revisiones pediátricas de nuestra bebé juntos. Él se muestra parte activa en la visita: comenta, viste y desviste a la niña cuando hace falta, le cambia el pañal… Pero siempre, tanto la pediatra como la enfermera, al hablar de los cuidados del bebé, la alimentación o el baño lo hacen dirigiéndose a mí en exclusiva, como si fuera la única responsable de esos cuidados. ¿Cuándo van a dejar de asociar los cuidados de los hijos e hijas exclusivamente con las mujeres? ¿Por qué sistemáticamente se olvidan del padre?
Kira
Hace unas semanas mi pareja y yo tuvimos que ir con nuestra hija a urgencias. La médico que nos atendió nos indicó que iban a poner a la niña unos paños de agua para bajarle la fiebre en una habitación contigua a la consulta donde nos atendieron.
Cuando salimos de la sala, la doctora se dirigió a mí para decirme que solo la madre podía entrar a la habitación. Yo debía esperar fuera, según sus indicaciones. Me quedé estupefacto. ¿Por ser un hombre soy menos útil que la madre y no se cuidar de mi hija?
Carlos
La llave del gas es cosa de hombres
Publicado 06/11/2015
Hace unos días hubo una fuga de gas en mi comunidad. Un técnico entró a mi casa para cerrar la llave y averiguar dónde se había producido la fuga. Era domingo y mi novio estaba cocinando mientras yo recogía. Nos dijo que volvería, y cuando lo hizo dio la casualidad de que tanto mi pareja como yo estábamos hablando por el móvil.
Yo estaba más cerca de la puerta así que fui a abrir y dejé el teléfono para atenderle. El técnico entonces se puso nervioso, no atinaba a explicar lo que teníamos que hacer con la llave del gas y terminó diciéndome: «Es un momento, voy a hablar con su marido para que sepa lo que hay que hacer». Me negué, le dije que podía comentármelo a mí. De hecho, es mi casa porque no vivimos juntos, así que me parecía normal que yo fuera su interlocutora.
Pero como ya conocía el camino a la cocina, decidió entrar y pedir a mi novio que se asomase a la ventana para que viese cuál era la posición correcta de la llave. Supongo que algo tan simple como que la llave tiene que quedarse cerrada porque siguen sin saber de dónde viene la fuga yo no podía comprenderlo. Mejor hablarlo con mi «marido», alguien que tenga voz en casa.
Lo que más me molesta es que con las ganas de acabar cuanto antes con esa visita, pues tenía una llamada que atender, no reaccioné. Me quedé parada y permití que le explicase todo a mi pareja. Cuando colgué el móvil analicé cómo había sido la situación y me cabreé. Me pregunto qué habría pasado si hubiese estado sola en casa, o hubiese estado con compañeras de piso. ¿De verdad hay personas que creen que hace falta un hombre para entender qué hay que hacer con la llave del gas?
Ainhoa.